CISNE NEGRO (o la letra con sangre entra)






TÍTULO: Cisne negro. TÍTULO ORIGINAL: Black Swan. AÑO: 2010. NACIONALIDAD: USA. DIRECTOR: Darren Aronofsky. GUIÓN: Mark Heyman, Andrés Heinz y John McLaughlin. MÚSICA ORIGINAL: Clint Mansell. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Natalie Portman, Mila Kunis, Vincent Cassel, Barbara Hershey y Winona Ryder. Página web oficial: http://www.elcisnenegro-lapelicula.com/

Cuando los espectadores salgan del cine de ver esta película, se les podrá dividir en dos grupos: los que la amen y los que la odien. No existirá el término medio, porque esta película podrá causar todo tipo de reacciones menos la indiferencia.

De entrada, doy mi opinión: a mí me parece que es una absoluta obra maestra. Y ello por un motivo fundamental: puede haber películas parecidas a lo que pretende hacer Cisne negro, pero ninguna lo ha hecho del mismo modo ni ninguna lo ha hecho igual de bien a como lo hace esta cinta.

Por supuesto, ello requiere una explicación. Cuando pensamos en cine, tendemos a pensar en películas que narran una historia de ficción. Ello no llega a ser ni una verdad a medias, porque si queremos hablar de cine debemos hablar, en realidad, de tres tipos diferentes de cine.

Si hubiera que hablar en términos cronológicos, el cine narrativo no es ni siquiera el primero en aparecer, porque ese mérito habría que concedérselo al que vamos a denominar, para entendernos, cine documental. Recordemos que la que se considera primera película de la historia es Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir (1895). De hecho, lo que empezaron haciendo los hermanos Lumière fue colocar la cámara delante de situaciones en movimiento y empezar a grabar, con el fin de retratar imágenes de la vida cotidiana. Igual ocurrió en España, donde la primera película realizada fue Salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza (1896). (Con posterioridad, el cine documental seguirá teniendo su lugar en la producción cinematográfica, con nombres de gran altura como Robert O´Flaherty con títulos clásicos como Nanook el esquimal -1922- o El hombre de Aran -1934-).




Es cierto que casi inmediatamente aparece el que ya hemos denominado como cine narrativo, con El regador regado (1896) y que esta tendencia es la que acabará predominando con carácter absolutamente mayoritario a partir de las famosas comedias del cómico francés Max Linder y de la compañía cinematográfica norteamericana Keystone (donde empezó su carrera Charles Chaplin), de los seriales tipo Fantomas, de las películas del director francés Louis Delluc, de la aparición del western, de la mano, fundamentalmente, del director Thomas H. Ince y de la configuración definitiva de los mecanismos de la narrativa cinematográfica con las películas de David W. Griffith. (A partir de aquí, piensen en cualquier clásico de la historia del cine y, toda probabilidad, será parte de esta tendencia: desde Lo que el viento se llevó a Casablanca, desde El padrino a La guerra de las galaxias).









Hay, sin embargo, un tercer tipo de cine, de naturaleza más escurridiza, que vamos a llamar, para poder darle un nombre, cine de sensaciones, cine vanguardista o cine experimental. Lo característico de este tipo de cine es que ni intenta retratar la vida real, como hace el cine documental, ni intenta desarrollar una ficción que simule la realidad, como hace el cine narrativo, sino que intenta combinar las imágenes para crear un mundo completamente alejado de la realidad. Este tipo de cine no pretende narrar una historia ni busca, como objetivo principal, ser comprendido por el espectador. Básicamente, desea provocar una experiencia sensitiva y emocional, apelando a un discurso apartado de la lógica estrictamente racional. Opino que el origen de esta tendencia hay que buscarlo en las películas de Georges Meliès, como Viaje a la luna (1902), en el expresionismo alemán, con títulos como El gabinete del doctor Caligari (1920) de Robert Wiene y Nosferatu (1922) de F. W. Murnau y en el cine experimental de la directora francesa Germaine Dulac, como, p.ej, La coquille et le clergyman (1927). Sin embargo, los dos títulos que inauguran sin ningún lugar a dudas este tipo de cine son los dos experimentos surrealistas de Luis Buñuel: Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930). Si no ha quedado claro sobre qué se entiende por provocar emociones al espectador, basta con ver la primera secuencia de Un perro andaluz para que sí lo esté: Luis Buñuel, con navaja de barbero, secciona el globo ocular a una mujer. La metáfora que se quiere expresar con ello es que esta película pretendía romper la “mirada tradicional” y dar paso a una nueva forma de ver la realidad. Pero era, a la vez, reflejo de una característica básica de este tipo de cine: para provocar sensaciones, se rompía, deliberadamente, con las imágenes convencionales y las reglas de la narrativa clásica y se experimentaba con formas narrativas alternativas e imágenes impactantes.






Desde entonces, directores como José Val del Olmar, Alain Resnais, Jean Luc Godard, Andy Warhol, Jean Marie Straub, Alexander Kluge, Iván Zulueta, David Lynch o Tim Burton han desarrollado, en mayor o menor medida, esta tendencia. Y también Darren Aronofsky, director de Cisne negro. Sus películas Pi, fe en el caos (1998), Réquiem por un sueño (2000) y La fuente de la vida (2006) son enigmas laberínticos en los que la compresión cede paso abiertamente a la perplejidad. Quizás porque, después de estos tres títulos, realizó El luchador (2006) –que era un título más ajustado a los cauces narrativos tradicionales y, posiblemente, vio las posibilidades que los mismos ofrecían-, Aronofsky, en Cisne negro, ha hecho una jugada genial: hacer una película vanguardista con los patrones de la narrativa clásica, algo verdaderamente excepcional dentro de la historia de la cinematografía.






Hay una película francesa de 1984 (La mujer pública de Andrzej Zulawski) que trata un tema que guarda cierto parecido al de Cisne negro: una actriz sin experiencia es escogida por un director de cine para interpretar un personaje en una adaptación de Los demonios de Fiódor Dostoyevski. Sin embargo, la actriz no es capaz de ejecutar el papel según los deseos del director y sólo viviendo las experiencias que se desarrollan a lo largo del film, podrá llegar a llevar a cabo su interpretación captando la esencia del personaje. Para contar esta historia, el director utiliza técnicas del teatro de vanguardia (Brecht, Ionesco, Beckett, teatro del absurdo), de forma que uno de los problemas de la película acaba siendo que el espectador se distancia de la misma y no llega a introducirse en ella.

Pero con Cisne negro es distinto. Aquí también hay una artista inexperta (en este caso, una bailarina, -Nina Sayers- a quien da rostro Natalie Portman) que le asignan el papel protagonista en El lago de los cisnes de Chaikovski. Y tiene que interpretar a la princesa Odette (el cisne blanco) y a Odile (el cisne negro). Ambos personajes vienen a representar dos caras distintas de cualquier ser humano, la bondad frente a la perversidad, la sentimentalidad frente a la sensualidad, la espiritualidad frente a la carnalidad, una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Pero Nina, que es capaz de interpretar sin problemas al cisne blanco, por una serie de circunstancias que se exponen en la película, no es capaz de llegar a la esencia del cisne negro. Y ello la sumerge en una vorágine emocional que le provoca un trastorno psíquico. Y lo que hace Aronofsky es meternos a nosotros, a los espectadores, en ese trastorno. Desde el principio, la cámara se pega a la nuca de la protagonista y empezamos a ver la realidad con la mente, los ojos y los sentimientos de la protagonista. Y no utiliza una narración retorcida, porque el guión tiene una estructura absolutamente clásica (al contrario de lo que suele ocurrir en todo el cine de vanguardia): exposición, nudo, desenlace, incidente incitador, conflicto de la protagonista, clímax final… ¿Y qué sucede? Si en La mujer pública, el espectador se distancia de la película, aquí el espectador, por la envoltura familiar de la estructura de la historia, se mete en ella desde el primer momento, es decir, se mete en el trastorno de la protagonista casi sin darse cuenta. Si La mujer pública es un lobo que aparece como tal, Cisne negro viene a ser un lobo disfrazado de abuelita que nos introduce en su torrente patológico imperceptiblemente y nos hace conmovernos y agitarnos con las vivencias de una mente perturbada.

En mi opinión, por su originalidad y su calidad artística, Cisne negro tendría que haber ganado el Óscar a la mejor película del año 2010, pero la Academia tiende a ser conservadora en sus gustos y el exceso de innovación y originalidad no suelen ser premiadas con facilidad. A pesar de ello, es una gran película en donde el cuarteto protagonista (Vincent Cassel – en el papel de director de la compañía-, Mila Kunis –como rival de Nina-, Barbara Hershey – como madre de Nina- y, sobre todo, una extraordinaria Natalie Portman – justísima ganadora del Oscar a la mejor interpretación femenina-) brilla a un altísimo nivel y donde Darren Aronofsky ejecuta una magistral realización donde combina con maestría la vertiente psicológica de la historia y las secuencias de danza, hasta llegar a un desenlace verdaderamente apoteósico.

En resumen, creo que Cisne negro es una de las películas más sobresalientes que se han podido ver en los últimos años y, a pesar de su clima desasosegante, será un título que será recordado por muchos, muchos años.

Nota (de 1 a 10): 9,5.

Lo que más me gustó: En general, todo.

Lo que menos me gustó: La división irreconciliable que generará entre los espectadores.


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